Laberinto 1

Laberinto 1

Ella y él

Ella unía el viernes al lunes bajo las farolas de la ciudad y la luz de la música. Con su carruaje de calabaza y zapatos de cristal sembraba historias que inspiraban tertulias y guiones de cine. Las horas se desvanecían mientras corría despeinada desafiando el viento. Reía sin reparos y acariciaba olas y huracanes al ritmo de notas de sirena y aroma de jazmines.

Él vivía una rutina de mañanas de paseos y desayunos pausados, de prensa, escritorio y letras rasgueadas. Con la mirada perdida escribía relatos colmados de esperanzas y desenlaces felices, imaginaba hondo y andaba llano, perfeccionando la ilusión que sostenía en su pluma.

Cada cual moraba en una de las tantas puntas de la vida, cumpliendo su presencia. Hasta que en una noche de sueños impenitentes sus rostros coincidieron, uno frente al otro, sin más vestimenta que la esencia y los deseos. Bastó un soplo del destino o de fortuna, quizás un error celeste, para que sus voces se emparejaran en un beso. Ella bebía y bailaba hundiendo las pupilas en su pecho, él soñaba trastocando los pasos y la lógica.

Siendo desconocidos imperfectos, bajo una estrella adormilada, se prometieron amor sin pronunciar palabras. Sin enlazar sus nombres bajo juramento ni tejer sus manos para siempre, deshojaron caricias y dibujaron abrazos aun sin encontrarse. Ella y él penetraron el espacio de la ilusión, donde todo se confunde con el amor. Deliraron, sin más testigos que la fantasía, las sábanas arrugadas y las gotas de sudor y de prodigio. Arropados por la inercia y la locura, quizás por la noche y el desenfreno de un ensueño ansiado, fundieron las curvas con ímpetu, desafiando la profecía de lo desigual, y la ley de la armonía.

Así recorrieron los años, aguardando la primavera correcta, el deseo impecable, la distancia rota. Vagando en el sutil dominio de la utopía, en busca del orden ideal y la calma redentora.

Ella esperó por él en algún sitio del mundo.

Él esperaba por ella, toda la vida, en otro lugar.

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